sábado, 16 de abril de 2011

Hablame como la lluvia y dejame escuchar...

La soledad es algo ineludible, la ilusión de no estar solos la generamos nosotros cuando armamos vínculos humanos fuertes. Pero acaso estos vínculos fuertes pueden también ser ilusorios. Un hombre y una mujer cualquiera, en un lugar del mundo cualquiera, en una situación de precariedad absoluta. La debilidad es algo general en el entorno y en ellos, casi pareciera como si todo estuviese estancado, como si existiera solo un movimiento aparente.

Su relación es una mera excusa para aplacar su vacio, los vínculos están rotos, pero forzados a seguir funcionando. La comunicación es algo imposible entre ellos, pero el miedo a la soledad, al vacio absoluto es más fuerte y los hace permanecer juntos. La lluvia arrecia por momentos, como si en ella muchas voces se superpusieran, en su disminución es como un arrullo, el silencio también es vacio, también es soledad, cualquier sonido es bienvenido en este mundo de los amantes huecos.
Ella habla como la lluvia, arrulla, con voz casi maternal, alivia la soledad del hombre, simplemente por emitir sonido, todo calma por un instante.
Beben agua, se purifican, intentan renovarse, renovar el vínculo, la relación, el momento, cortar el deja-vu, pero el vacio demasiado arraigado. Como a las raíces de una planta, el agua solo sirve para alimentar la situación, todo crece mientras pasa el tiempo.
Afuera el mundo sigue, los niños crecen, el agua fluye y una nueva música marca tiempos distorsionados, polirritmicos.