jueves, 31 de octubre de 2013

Reflexiónes Oníricas I

Soñé que soy mama. Que lo fui. Que lo era. Veía a mi hijo envuelto en mantas en brazos de otras mujeres, todas pasaban por la experiencia de acobijar a ese pequeño latir, yo no. Yo me consumía en deseos, yo no soportaba la espera, me quemaba el pecho una y mil veces por no sentir a mi hijo. Lo arrebate sin  pensar y con furia de las garras de un mujer. Esa mujer, no una mujer cualquiera… ella. Cuando lo tuve en mis brazos, como una pequeña lombriz resbalosa, sobrevino el viento de mis tormentas. Estaba frío, sus pies helados se  clavaban en mí, nada le daba calor. Ni mi pecho maternal, ni mis manos maternales, ni mi deseo de que esté siempre cómodo y caliente. Tenía un hijo sin nombre que no paraba de moverse entre mis brazos. Su cuerpo escurridizo aumentaba y disminuía de tamaño a su antojo. Lloraba, berreaba, con fuerza y constancia. Yo intuía que su llanto era mi desatino. Mi desatino maternal eterno, él siempre lloraría, por fuera o por dentro. Tenía un hambre voraz que no podía saciar. Pensé en amamantarlo y sentí que mis pechos enflaquecían. Estaba seca, nada saldría de mí que pudiera calmar o colmar a esta criatura que se hacía cada vez más pesada en mis brazos. “Hay que ponerle nombre a este animalito” pensé. Siempre quise llamar “Constantino” a mi primogénito. Y mientras las miradas acusadoras de todas las mujeres se clavaban en mí como mil agujas acusatorias, desperté. Sabiéndome vacía. Sabiéndome mujer. Sabiéndome no madre. Sabiéndome creadora y destructora de un futuro distante.

2 comentarios:

  1. "Sabiéndome vacía. Sabiéndome mujer. Sabiéndome no madre. Sabiéndome creadora y destructora de un futuro distante".
    No puede más.

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  2. Nunca pensé que la maternidad podía sentirse así... Pero bueno, soy hombre!

    ¿Fue un sueño de verdad?

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