Soñé
que soy mama. Que lo fui. Que lo era. Veía a mi hijo envuelto en mantas en
brazos de otras mujeres, todas pasaban por la experiencia de acobijar a ese
pequeño latir, yo no. Yo me consumía en deseos, yo no soportaba la espera, me
quemaba el pecho una y mil veces por no sentir a mi hijo. Lo arrebate sin pensar y con furia de las garras de un mujer.
Esa mujer, no una mujer cualquiera… ella. Cuando lo tuve en mis brazos, como
una pequeña lombriz resbalosa, sobrevino el viento de mis tormentas. Estaba
frío, sus pies helados se clavaban en
mí, nada le daba calor. Ni mi pecho maternal, ni mis manos maternales, ni mi
deseo de que esté siempre cómodo y caliente. Tenía un hijo sin nombre que no
paraba de moverse entre mis brazos. Su cuerpo escurridizo aumentaba y disminuía
de tamaño a su antojo. Lloraba, berreaba, con fuerza y constancia. Yo intuía
que su llanto era mi desatino. Mi desatino maternal eterno, él siempre
lloraría, por fuera o por dentro. Tenía un hambre voraz que no podía saciar.
Pensé en amamantarlo y sentí que mis pechos enflaquecían. Estaba seca, nada
saldría de mí que pudiera calmar o colmar a esta criatura que se hacía cada vez
más pesada en mis brazos. “Hay que ponerle nombre a este animalito” pensé.
Siempre quise llamar “Constantino” a mi primogénito. Y mientras las miradas
acusadoras de todas las mujeres se clavaban en mí como mil agujas acusatorias,
desperté. Sabiéndome vacía. Sabiéndome mujer. Sabiéndome no madre. Sabiéndome
creadora y destructora de un futuro distante.
"Sabiéndome vacía. Sabiéndome mujer. Sabiéndome no madre. Sabiéndome creadora y destructora de un futuro distante".
ResponderEliminarNo puede más.
Nunca pensé que la maternidad podía sentirse así... Pero bueno, soy hombre!
ResponderEliminar¿Fue un sueño de verdad?